El Fin de un Pontificado Revolucionario: La Muerte de Francisco y su Eco Político Global

El 21 de abril de 2025, el mundo despertó con la noticia del fallecimiento del papa Francisco a los 88 años, cerrando un pontificado de 12 años que rompió con décadas de tradicionalismo eclesiástico. Jorge Mario Bergoglio, el primer papa latinoamericano y jesuita, murió en la Casa Santa Marta tras una prolongada neumonía, dejando atrás una Iglesia fracturada entre quienes celebraban sus reformas y quienes las resistieron hasta el final.

Su llegada al papado en 2013 marcó un quiebre: tras el oscuro periodo de Benedicto XVI —cuyo mandato estuvo empañado por encubrimientos de abusos sexuales y una rigidez doctrinal—, Francisco impulsó cambios que sus predecesores habían bloqueado por décadas. Criticó abiertamente la “economía que mata”, abogó por los migrantes, acercó posiciones con la comunidad LGBTQ+ y priorizó el diálogo interreligioso. Mientras Juan Pablo II y Benedicto XVI silenciaron las denuncias de abusos, él destituyó a obispos encubridores y reformó (aunque de manera insuficiente) los protocolos de transparencia.

Un pontificado que irritó a los poderosos

Su estilo confrontó no solo a la curia conservadora, sino también a gobiernos y elites. En Estados Unidos, los católicos trumpistas lo tacharon de “comunista”; en Europa, la derecha xenófoba lo despreció por su defensa de los refugiados. Dentro del Vaticano, cardenales como Burke y Sarah sabotearon sus intentos de flexibilizar la disciplina sacramental, demostrando que la maquinaria eclesiástica sigue dominada por sectores reaccionarios.

¿Un cambio efímero?

Francisco no logró —o no quiso— desmantelar por completo las estructuras de poder que perpetúan los abusos y la hipocresía en la Iglesia. Pero su mayor legado fue exponer, con gestos y palabras, el abismo entre el catolicismo real y aquel que predican los púlpitos. Mientras sus antecesores normalizaron el autoritarismo clerical, él, al menos, obligó a la institución a mirar su propio rostro en el espejo. Ahora, con su muerte, queda la incógnita: ¿volverá Roma a refugiarse en el conservadurismo, o su sombra seguirá incordiando a quienes prefieren una Iglesia cómoda con el poder?.